Nos fuimos contentos y divinos. Volvimos exhaustos y despiertos.
La paz de las montañas nos susurró todos los secretos que no estábamos buscando e hicieron que nos perdiésemos sin ganas ni remedio. Los Alpes tienen un toque especial, un algo suculento, ¿verdad? Sonrisas y lágrimas siempre será una de mis preferidas.
Cantamos «a grito pelao», como diría mi familia del pueblo, y nos divertimos subiendo por las escaleras más largas y divertidas con las que nos habíamos encontrado en nuestras vidas. Caminamos por carreteras largas esperando volver a lo que recordábamos como nuestro punto de partida y pasamos el rato explicamos anécdotas a las vacas y vacunos que encontrábamos por nuestra ruta. Cruzamos ríos tranquilos y movedizos con zapatos y calcetines fresquitos ansiando encontrar un poco de aire silvestre (tendríamos que habernos traído el bañador). Inventamos historias que nadie nos había explicado y creamos monólogos improvisados entre personas distantes que nos parecían interesantes. Toda una aventura que no cambiaría por nada.
Teníamos demasiadas cosas importantes y mundanas que celebrar.
¿Podía ser todo real?
El aire era fresco y olía a vida silvestre. Las mariposas revoloteaban con estilo y las nubes se entretenían jugando al escondite. Podríamos haber protagonizado un drama vivido o una comedia sentida. Todo parecía posible ante un público tan sereno, auténtico y feliz. Vacas, cabras, gallinas, bichitos monteses… ¡todos eran bienvenidos!
Nos teletransportamos al futuro y al pasado, aunque más al pasado. Soñar es bonito, pero recordar también, ¿no?
Ahora que lo pienso, habíamos leído que se nos conocía como almas viejas y lo cierto es que tenía mucho sentido para nosotros.
El cansancio se volvía cada vez más palpable e intenso y empezaba a notarse en el ambiente. Tras cada paso y cada segundo nuestros cuerpos dejaban de estar tan erguidos y la despreocupación absoluta manejaba nuestros movimientos, que terminaron por convertirse en zancadas bastas y escurridizas. Podía verse cómo las pantorrillas nos temblaban con mucha gracia.
Qué puedo decir… Nos encantaba ese estado de agotamiento acompañado de risa floja y de torpeza absoluta.
¿Acaso no es genial?
Dicen que las personas indicadas son lo más importante de un viaje y estoy totalmente de acuerdo. No hay nada mejor que construir nuevos recuerdos a los que poder regresar cada vez que nos apetezca para recordar lo extravagantes que podemos llegar a ser y lo mucho que eso nos gusta.